
Columna de Opinión ¡Perdón Don José!
Mis primeros recuerdos de haber asistido al glorioso Estadio Fiscal, los tengo desde hace 45 años, cuando los fines de semana viajaba desde el campo a la casa de mi abuela en el campamento Santa Rosa en Talca, en pleno barrio Independencia.
Cerca de ahí vivía “Ramirito”, otrora utilero por muchos años de Rangers, quien en su triciclo, pasaba en su camino al estadio por la casa de mi abuela, en donde existía su botillería y mientras se servía algo “para la sed”, como él decía, contaba las historias más increíbles de su apasionante trabajo como utilero.
Hasta que un día, le preguntó a mi abuela refiriéndose a mí, ¿Y al niño nunca lo han llevado al estadio?, la respuesta se escuchó de inmediato, ¡No!, porque en realidad no hay nadie quien lo pueda llevar.
Hasta ese momento, nunca imaginé que esa respuesta, le daría a mi vida un amor incondicional que mantengo hasta hoy por los colores rojinegros, pues fue aquel noble utilero, quien me llevó sentado encima de las grandes bolsas de género, que contenían la armadura de los 11 guerreros rojinegros, para que por vez primera, ingresara al estadio a ver a Rangers en el Fiscal.
Les cuento esto, pues a los 5 años, conocí por primera vez al camarín de Rangers, en donde veía a ídolos sencillos, que llegaban en micro o caminando y que lustraban sus zapatos, como pidiendo a Dios, que ese acto íntimo con sus chuteadores negros, les trajera suerte y pudieran convertir un gol, seguramente para dedicárselo a esa hinchada fiel y cercana, que muchas veces los esperaba, para ofrecerles llevarlos a sus casas de regreso, saboreando la alegría de un triunfo.
Hoy después de 45 años, cuando tengo la posibilidad de estar frente a un micrófono, y oír a los hinchas, sus experiencias, sus alegrías y penas, me doy cuenta que Rangers por décadas ha marcado a fuego el corazón de ellos y de sus familias, al igual como lo ha hecho con el mío.
Por esta razón, quiero hacer un alto para hablarles de “Don José”.
Un hombre que vivió su infancia en el barrio Seminario, frente al estadio, y a quien su padre lo llevaba desde los 8 meses de vida, a sentarse en la “galucha”, esa del lado oriente, hoy mal llamada “Tribuna Andes”, en donde junto con sus amigos y familia, cada domingo y casi como un acto eclesial, veían como el club de sus amores, se prodigaba en la cancha y era respetado por todos los rivales.
Incluso muchas veces, ante el apuro de llegar pronto al estadio, su padre olvidaba echar al bolso de mano los pañales y tenía que partir corriendo, con él en brazos, para ser llevado a su casa, porque necesitaba mudarse y volver pronto al estadio.
En esos tiempos, el entretiempo del partido era distinto, los papás, sabían que habían 15 minutos, para en forma libre y casi al trote, salir del Fiscal y entrar al bar de enfrente, en donde una cerveza o una cañita de buen tinto de la zona, servían para comentar lo sucedido en los primeros 45´.
Sin duda un acto que en estos tiempos, es imposible de imaginar, pero que servía para que esos minutos, fueran el corolario de las alegrías vividas en la cancha y muchas veces dejar la cuenta pendiente, para volver al final del partido a terminar la tertulia
Eran otros tiempos, me dice Don José, hoy todo ha cambiado y me explica porqué ya no va al estadio; “Hoy vivo lejos, casi a 20 minutos del centro, yo al igual que muchos, no nací con la tecnología y no sé comprar las entradas por internet, como escuché que las vendían en la sede, fui para allá y me di cuenta de algo que para nosotros los más viejos, es complicado, tampoco los vendían en forma directa. Al final para ir a ver a mi amado Rangers, debo gastar dos pasajes al centro, comprar la entrada y agregarle más plata por algo de un servicio de ticket o algo así, y más encima debo volver a gastar locomoción el día del partido, sin contar el sándwich o el maní que llevo, para aguantar la larga espera, una espera que a veces ha sido de más de una hora fuera del estadio, sin poder entrar, donde debo llevar un pase y la entrada impresas porque no soy de usar internet, para esperar a que el teléfono que tiene el control del estadio funcione y así agilizar el trámite de solo entrar a ver a mi Rangers.”
“En definitiva son casi 10 lucas, impensado es para mí invitar a alguien que me acompañe, pues soy jubilado y el dinero apenas me alcanza”, me comentó.
Una vez adentro me indican que debo sentarme detrás de un arco y no en esa galería en donde tantas veces llore de alegría con mis amigos y a los cuales recuerdo con nostalgia, la verdad es que no se ve muy bien el partido y añoro la verdadera “galucha”.
Escuchado este relato, quiero pedirle perdón a Don José y a todos a los que con cariño les denomino “Viejos Lindos” hinchas de Rangers, perdón por olvidarnos que ustedes y todos quienes vibran cada fin de semana con el equipo, son el verdadero patrimonio de la institución, perdón porque hoy las S.A. están más preocupada de tener números azules, que de darle alegría a su gente, perdón, porque hemos sido en los últimos años, un club sin identidad y sin hambre de triunfos, perdón, porque hay una generación de niños y niñas que ya tienen siete años y nunca han visto a Rangers en primera división como ustedes que incluso lo vieron en copa libertadores, perdón, porque no hemos sido capaces muchas veces de levantar la voz y ser la voz de quienes no tienen voz y me incluyo.
Por eso es que hoy, les pido a todos quienes toman decisiones en Rangers, le respondan a “Don José” y a tantos hinchas que aún en forma romántica, siguen sufriendo por su Ranguerito, y que se hacen esta pregunta: ¿Por qué seguimos hundidos en un letargo casi eterno y sin ambición de futuro?
Estimado Don José, hoy ese Rangers de su padre, de su abuelo y el suyo no existe, es solo una marca y un negocio, que murió el día en que usted, como yo y como muchos más, se dieron cuenta que ya no éramos bienvenidos en el Fiscal y que es mejor ver los partidos por la televisión incluso programando los miércoles a las 18:00 horas, para que el canal que los transmite, pueda seguir apoyando el Negocio de las S.A. que en definitiva, es en lo que han convertido ese lindo recuerdo que era el fútbol.
Héctor Maldonado Villanueva